domingo, 9 de marzo de 2014

¿Qué es tener Fe?



Según las escrituras sagradas de la Biblia: "tener fe es la certeza de las cosas que no se ven". ¿Qué debo entonces sentir dentro de mí para tener esa certeza? ¿Puedo desarrollar un mayor grado de fe voluntariamente? ¿Visualizar y actuar como que si lo que veo en mi imaginación ya lo tengo, es eso fe? En fin ¿qué es realmente tener fe? Bueno, esta pregunta es muy difícil de contestar con el intelecto, se tiene que vivir.

Recuerdo cuando me iniciaba en los bienes raíces, como corredora en la ciudad de Valencia, Venezuela, yo intentaba vender unos town houses y mi hermana Nina me decía: “Tienes que tener fe, Marisa, (mis hermanas me llaman así), tienes que tener fe… Si no te estás sintiendo segura es porque te falta fe”. Y en aquel momento sentía confusión, desamparo, inseguridad, en dos platos, como decimos en criollo, no entendía lo que me quería trasmitir. No experimentaba esa "certidumbre" que ella en aquel momento sentía y vivía, pero poco a poco fui adentrándome en el negocio, y hoy en día el camino andado me ha dado la confianza, la certidumbre, y la fe para continuar y vivir muchos sueños que de otra forma no me hubiese atrevido a alcanzar.

La fe se desarrolla, como un músculo, y hay que practicar y practicar. Volvamos al concepto: certeza de las cosas que no se ven, pero ¿la siento en mi corazón?, ¿se y estoy convencido que lo voy a obtener, que va a suceder?, para ello tengo que trabajar en mi mundo interior, tengo que trabajar dentro de mí, tengo que observar mis pensamientos, tengo que sostener la visión, no puedo dudar en mi corazón, tengo que tener fe, y dar ese salto con la confianza de que el universo me sostendrá y orquestará todos los pasos a dar, mientras mi persona actúa de acuerdo al plan infinito y se somete al director de la orquesta, confiando en que todo saldrá bien. Es más, deja de pensar y sólo actúa con fe ciega. ¡Recuerda que es la certeza de las cosas que no se ven!

Recuerdo dos oportunidades en las que la vida me regaló el poder experimentar y vivenciar actos de fe: los momentos de dar a luz a mis dos hijas queridas, Isabel y Andrea. En ambos casos una voz interior, escúchese muy bien, una voz interior me decía con absoluta claridad: "tienes que tener fe", sobre todo con la primera, Isabel, nunca había estado en un parto y estaba un poco asustada internamente, no sabía qué iba a pasar, pero en aquellos momentos de susto, escuchaba esa voz con una claridad sorprendente, “tienes que tener fe”, y así lo hacía. Me entregaba al proceso, ni siquiera pensaba, no tenía tiempo para pensar, lo vivía intensamente, y sucedían los milagros. Mi primer parto iba a ser provocado, y en la madrugada del día de la inducción, estaba acostada en la camilla y mi esposo me acompañaba. Comenzaron los dolores, a las 3:00 am de la madrugada y entre a la sala de parto a las 4:00 am y a las 4:23, es decir, veintitrés minutos después, di a luz a mi primera hija, Isabel, sin anestesia y en dos pujadas, como dijo mi doctor. Y todo ello gracias al acto de fe, de entregarme al proceso, con confianza de que el universo, los ángeles, los médicos y todos los involucrados en el proceso orquestarían de manera extraordinaria los acontecimientos, y yo ahí, sin hacer nada, sólo lo que me correspondía, hacer lo que me indicaba el Maestro, es decir, el doctor en la sala de parto.

Así fue también con mi segunda hija, Andrea, un acto de fe en el proceso perfecto y maravilloso de esta existencia bendita. Decidí dar a luz en Caracas, aun cuando vivía en Valencia, y por lo tanto me tenía que trasladar al menos tres semanas antes del parto por si acaso había una emergencia. Justamente cuando nos trasladamos a Caracas antes del parto, tres semanas previas, mi esposo Ángel me acompañó y me dejó en casa de papá. Esa semana me hacía muchísima falta Ángel, quería estar con él y no deseaba estar tanto tiempo lejos de casa. Cuando llegó el fin de semana de la primera semana, le dije que quería ir a comer unos churros con chocolate caliente al Hatillo, pero mientras descansaba en el cuarto en casa de papá, comenzaron las contracciones (nunca he sentido dolores antes del parto). Y la verdad es que no les quise hacer caso, puesto que deseaba muchísimo comer esos deliciosos churros y aunado a ese detalle estaba el hecho de que faltaban 15 días para dar a luz. Pero una llamada telefónica nos interrumpió justamente cuando nos disponíamos a partir para el Hatillo. Era mi hermana Luisa, desde México. Le conté que tenía algunas contracciones, cada tres o cinco minutos, pero como no sentía dolor me iba a comer unos churros con Ángel al Hatillo y que aún faltaban dos semanas para el parto. Pues bien, mi hermana se asustó toda y me alertó alarmada que yo estaba en el proceso de parto, que llamara inmediatamente al doctor (así lo hice) y que me apresurara, me llevara la maleta y todo para instalarme en la clínica. Y Ángel, mi esposo, decía: “!Sólo a ti te pueden pasar esas cosas, dar a luz quince días antes para no tener que estar tanto tiempo lejos de casa!” Y se reía, la verdad es que viendo el asunto, no creíamos que yo estaba dando a luz. Tranquilamente esperábamos que el doctor nos devolviera a casa, para aguardar las dos semanas que faltaban, pero para sorpresa de ambos ¡ya estaba dilatada cuatro centímetros! Me instalaron inmediatamente en la sala de parto, en la cual nuevamente la voz me decía: “tienes que tener fe, todo va a salir bien, confía”.



Fe es permitir que el universo orqueste los detalles y nosotros nos coloquemos como instrumentos para ser utilizados en este gran Concierto de la Vida, en el cual nuestro amado Padre desea que vivamos llenos de amor y propósito.
Maria Tirone

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