Según las
escrituras sagradas de la Biblia: "tener fe es la certeza de las cosas que
no se ven". ¿Qué debo entonces sentir dentro de mí para tener esa certeza?
¿Puedo desarrollar un mayor grado de fe
voluntariamente? ¿Visualizar y actuar como que si lo que veo en mi imaginación
ya lo tengo, es eso fe? En fin ¿qué
es realmente tener fe? Bueno, esta
pregunta es muy difícil de contestar con el intelecto, se tiene que vivir.
Recuerdo cuando me
iniciaba en los bienes raíces, como corredora en la ciudad de Valencia,
Venezuela, yo intentaba vender unos town
houses y mi hermana Nina me decía: “Tienes que tener fe, Marisa, (mis
hermanas me llaman así), tienes que tener fe…
Si no te estás sintiendo segura es porque te falta fe”. Y en aquel momento sentía confusión, desamparo, inseguridad,
en dos platos, como decimos en criollo, no entendía lo que me quería trasmitir.
No experimentaba esa "certidumbre"
que ella en aquel momento sentía y vivía,
pero poco a poco fui adentrándome en el negocio, y hoy en día el camino andado
me ha dado la confianza, la certidumbre, y la fe para continuar y vivir muchos sueños que de otra forma no me
hubiese atrevido a alcanzar.
La fe se
desarrolla, como un músculo, y hay que practicar y practicar. Volvamos al
concepto: certeza de las cosas que no se ven, pero ¿la siento en mi
corazón?, ¿se y estoy convencido que lo voy a obtener, que va a suceder?, para
ello tengo que trabajar en mi mundo interior, tengo que trabajar dentro de mí,
tengo que observar mis pensamientos, tengo que sostener la visión, no puedo
dudar en mi corazón, tengo que tener fe, y dar ese salto con la confianza de que el universo me sostendrá y orquestará todos los pasos a dar, mientras
mi persona actúa de acuerdo al plan infinito y se somete al director de la
orquesta, confiando en que todo saldrá bien. Es más, deja de pensar y sólo
actúa con fe ciega. ¡Recuerda que es
la certeza de las cosas que no se ven!
Recuerdo dos
oportunidades en las que la vida me regaló el poder experimentar y vivenciar
actos de fe: los momentos de dar a
luz a mis dos hijas queridas, Isabel y Andrea. En ambos casos una voz interior,
escúchese muy bien, una voz interior me decía con absoluta claridad: "tienes que tener fe", sobre todo
con la primera, Isabel, nunca había estado en un parto y estaba un poco
asustada internamente, no sabía qué iba a pasar, pero en aquellos momentos de
susto, escuchaba esa voz con una claridad sorprendente, “tienes que tener fe”, y así
lo hacía. Me entregaba al proceso, ni siquiera pensaba, no tenía tiempo
para pensar, lo vivía intensamente, y sucedían los milagros. Mi primer parto
iba a ser provocado, y en la madrugada del día de la inducción, estaba acostada
en la camilla y mi esposo me acompañaba. Comenzaron los dolores, a las 3:00 am
de la madrugada y entre a la sala de parto a las 4:00 am y a las 4:23, es
decir, veintitrés minutos después, di a luz a mi primera hija, Isabel, sin
anestesia y en dos pujadas, como dijo mi doctor. Y todo ello gracias al acto de
fe, de entregarme al proceso, con confianza de que el universo, los ángeles,
los médicos y todos los involucrados en el proceso orquestarían de manera
extraordinaria los acontecimientos, y yo ahí, sin hacer nada, sólo lo que
me correspondía, hacer lo que me indicaba el Maestro, es decir, el doctor en la
sala de parto.
Fe es permitir que el universo orqueste los detalles y nosotros nos
coloquemos como instrumentos para ser utilizados en este gran Concierto de la
Vida, en el cual nuestro amado Padre desea que vivamos llenos de amor y propósito.
Maria Tirone
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